martes, 4 de agosto de 2009

EL SENTIDO DE MI VIDA IX

IX

Estoy segura de que no fui ni la primera, ni la última persona que, esperando el empleo que le interesaba de verdad, tuvo que trabajar de camarera en un restaurante de comida rápida. Una experiencia, por cierto, muy enriquecedora: Ya sé a dónde no hay que llevar a comer a los hijos, por mucho que insistan.

No me iba a rendir fácilmente, pero estuve muy cerca en más de una ocasión, hasta que empecé a hacer colaboraciones en un periódico de poca tirada. Aquello me dio ánimos, no podía creerlo, llegaba a fin de mes con superávit. Por fin pagaba la habitación donde me había instalado, sin demora. (Un apartamento con representantes de media península, y lo digo así, porque había incluso una chica de Oporto.)

Estuve varios meses sin visitar a mis padres, aunque hay fechas ineludibles: La comida de Navidad en casa de la abuela, no me la podía perder, ni dejar escapar uno de esos sobres que repartía entre sus nietos. A partir de entonces traté de ir a Valencia al menos una vez al mes, siempre que mi bolsillo me lo permitiera. Con papá las cosas se fueron suavizando, seguía intentando convencerme de que regresara, pero con el mismo resultado.

Por mi cumpleaños, fueron ellos los que vinieron a Madrid. Se quedaron en un hotel centrico, fuimos al teatro, a cenar y luego nos tomamos un par de copas en la cafetería del hotel. La charla fue muy amena, me hubiese quedado toda la noche, pero en un momento dado, mamá me dio un sobre. ¡No seas tonta y cójelo! Es nuestro regalo. Me quedé un poco descolocada. Estaba claro que la idea era de ella, seguro que mi padre no estaba de acuerdo, porque de ser así, me lo habría dado él.

Le reté con la mirada, aunque no le vi intención de decir nada. En cambio, yo si lo hice. No lo necesito, pero encontraré en que invertirlo. Cogí el sobre, me despedí y al día siguiente me matriculé en un curso de narrativa.

Casi dos años después, tras haber hecho todo tipo de pequeños trabajos como freelance, era redactora en una emisora de radio. Pero durante ese periodo, mí tiempo libre, junto con el dinero que ahorraba, lo dedicaba casi en exclusiva a lo único que me llena de verdad: La literatura.

El verano siguiente, tuve mis primeras vacaciones pagadas. Estuve diez días de viaje con unas amigas y luego, decidí pasar lo que quedaba de mes con mis padres, en la casa de la playa: Desde mi partida a la capital, no habíamos vuelto a estar tantos días seguidos juntos.

La segunda noche, estando sentada en el balancín del jardín leyendo, llegó mi madre y se acomodó a mi lado. Cerré el libro para prestarle toda mi atención. Ella esperó unos segundos, me informó de que papá ya dormía, luego se limitó a contemplar las estrellas, hasta que le pregunté si ocurría algo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueno bueno,..cómo te gusta dejarons intrigad@s y juegar; oye, sabes que me está gustando mucho la historia, nada tiene que ver con lo que hasta ahora te hemos leído, me repito pero me gusta, besiños y cuelga pronto que quiero ver como se desarrolla esa conversación.
Besiños
Tempodelecer