sábado, 15 de agosto de 2009

EL SENTIDO DE MI VIDA XIV

XIV

Esa Navidad no hubo sobre para cada uno de los nietos en casa de la abuela, ni comida familiar. Alguien sugirió seguir con la tradición, aunque fuese en un restaurante, una idea que gustó a muchos, pero no iba a ser ese año, su muerte nos parecía demasiado reciente.

Creo que nunca había visto tran triste a mamá cómo aquellos días, era la más pequeña de las hermanas, nacida ya cuando nadie lo esperaba. Del mismo modo yo era la menor de los primos. Quizás por su edad le resultaba más complicado encajar la perdida de su madre, incluso siendo plenamente consciente de que, a sus noventa y dos años y con los problemas de salud de los últimos meses, el fin de sus días no podía estar muy lejano.

Me dio mucha rabia que no llegase a ver mi novela publicada, cuando le contaba que quería ser escritora, ella me daba ánimos diciendo que era casi lo único que le faltaba en su familia. Aunque su vista no le permitiese ya leerlo, yo le habría recitado gustosa algunas páginas. Con la ayuda de Salva, había dado con una editorial interesada en mi libro y en unos meses, mi sueño se iba a hacer realidad, pero mi abuela ya no lo vería.

Cuando un día escuché el teléfono sonar cerca de las cuatro de la madrugada, estando aún medio dormida, pensé en ella, pero instantaneamente recapacité. Eso ya no era posible y asustada cogí el auricular. Era mamá, muy nerviosa, no le entendía lo que decía, algo del corazón, papá, papá, Silvia, papá… Fue lo único que consiguió articular con ínfima claridad. Traté de calmarla, pero era inútil. Me vestí a toda prisa y salí hacia el hospital.

Por suerte resultó menos grave de lo que todos pensamos en un primer momento. Estuvo tres días ingresado y no le dejamos sólo ni un instante. Cuando convencía a mamá para que se fuese a casa, yo me quedaba a su lado. Hablamos más de lo que lo habíamos hecho en años. En un momento que llamaré de inspiración, me tumbé a su lado y le abracé. Mirándole me di cuenta del miedo que había sentido al pensar que podía pasarle algo. Él me acarició el pelo con lágrimas en los ojos y vi en estos, que tenía tanto miedo cómo yo. Nos quedamos así largo rato, sin decir nada, aunque tampoco era necesario.

No hay comentarios: