miércoles, 19 de agosto de 2009

EL SENTIDO DE MI VIDA XV

XV

Un día me sentí mal y de repente todo se volvió negro. Cuando abrí los ojos, descubrí que estaba en un hospital y que las dos personas que más quiero en este mundo, las que dan sentido a mi vida, estaban una a cada lado de mi cama, mirándome con preocupación. Intenté decir algo, aunque Pilar me lo impidió poniendo un dedo sobre mis labios. Descansa, ya pasó, todo está bien. Las primeras horas me sentí agotado, pero a medida que pasaba el tiempo, fui recuperando fuerzas. Decidieron que me quedase unos días en observación y no me disgustó tanto cuando aquello me dio la oportunidad de charlar largo y tendido con Silvia.


Trataba de disimular hablando con una fingida naturalidad, pero estaba asustada. En un momento dado, supongo que sus sentimientos ganaron la batalla y se tumbó a mi lado para abrazarme. Lloramos juntos, yo la miraba con todo el amor que siento por ella y di gracias porque fuese mi hija.


Me recomendaron unas semanas de reposo, Pilar cambió guardias para estar el mayor tiempo posible conmigo, pero lo mejor era ver entrar a Silvia con el portátil y sentarse a mi lado para escribir durante horas, mientras me hacía compañía. De vez en cuando se tomaba un respiro, hablábamos y algo tan simple me hacía sentir el hombre más feliz de la tierra.


Un día llegó con un pequeño paquete en la mano, se sentó cerca quedando de cara a mí y no habló hasta pasados un par de minutos. ¿Cuánto hace que no lees un libro? Tú y mamá leeis suficientes por los tres. Sonrió, pero se puso seria al instante. ¿Y si yo te regalase uno, lo leerías? Me tendió el paquete y lo desplegué con sumo cuidado. Bajo un título sugerente, en letras más pequeñas, estaba su nombre: Silvia Ortega. Tragué saliba para tratar de deshacer el nudo que se estaba formando en mi garganta y lei la dedicatoria impresa en la primera página: A mi padre. Te quiero.


No podía creerlo. Empecé a llorar cómo no lo había hecho en mi vida. La abracé y aunque sus ojos estaban tan anegados cómo los míos, ella sonreía. Era feliz y yo también. Me sentí orgulloso, más de lo que jamás había soñado y, al contrario de lo que muchos podrían pensar, no por el libro, si no por esas breves palabras que acababa de leer. Era su sueño y me lo dedicaba a mí.


Cuando conseguí recuperar el aliento, intenté expresar la dicha que me inundaba. Es el mejor regalo que me han hecho en mi vida. Entonces ella se separó para mirarme y nego con la cabeza. Espero que no, porque tengo uno mejor. Con cara de sorpresa le di a entender que no sabía de qué me hablaba. La vida es tan caprichosa, que ha querido que me entere justo hoy, el mismo día que me han mandado la novela.

1 comentario:

Magia dijo...

Me está encantando esta historia. Gracias por el comentario del libro, tan importante como saber qué se lee, es saber qué no leer. Saludos y buena semana. Ciao.