jueves, 16 de julio de 2009

EL SENTIDO DE MI VIDA II

II

¡Es tuya! No la des nunca por perdida. Y yo sonreía al verla golpear la pelota con seguridad, llevándola a la esquina de la pista para conseguir el punto que le daba la victoria. ¡Así se hace! Luego me acercaba para abrazarla, sin importarme que estuviese empapada de sudor. Algún día te veré ganar un Roland Garrós y me harás el hombre más feliz del mundo.

Cuantos sueños deposité en ella, quería que lo tuviese todo, era mi princesita y como tal, yo trataba de poner el mundo a sus pies. No voy a jugar ese torneo papá, tengo que estudiar. A mí me parecían dos cosas totalmente compatibles, pero Silvia tenía ideas propias. No quiero ser una tenista mediocre y una estudiante mediocre, prefiero centrarme en una sola cosa y si me permites elegir, no me voy a sacrificar por un deporte en el cual no sé si conseguiré destacar, sin olvidar que, de hacerlo, si tengo la suerte de no lesionarme, es algo que solo dura unos pocos años. En el fondo tenía razón y yo lo sabía.

Tendrías que estar contento, tiene una personalidad muy fuerte. Me repetía Pilar cada vez que hablábamos de nuestra hija, pero yo la veía crecer, tomar decisiones y sentía que la perdía. No tengo ninguna duda, quiero estudiar ciencias de la información. Algo que a mí nunca se me habría pasado por la cabeza. Con su inteligencia, con la media que le había quedado tras la selectividad, podía elegir cualquier carrera y eso fue justo lo que hizo, aunque se inclinó por el periodismo. Probablemente uno de los sectores que a mí menos me atraía.

En cambio, mientras escuchaba a mis amigos, a los compañeros de trabajo, quejarse de los quebraderos de cabeza que tenían por culpa de sus hijos, yo me sentía afortunado. Silvia sacaba unas notas envidiables, estaba muy centrada para su edad y hacía casi tres años que salía con un chico que estudiaba derecho. No te quejarás papá. Y yo no lo hacía. Me gustaba pensar que tendría otro abogado en la familia, no lo voy a negar. Javi era un buen chaval, educado, elegante… me recordaba a mí a su edad. A veces pensaba si no era justo eso lo que había logrado cautivar a mi niña.

Un día entre en casa al regresar de la oficina y la escuché llorar. Estaba con Pilar en la sala de lectura, donde tantas horas pasaban las dos. Yo me acerqué con sigilo tratando de escuchar algo. No le quiero mamá, por muy buen chico que sea y no pienso seguir con esta farsa por mucho que os duela la ruptura a él y a vosotros. Tenía razón, nos dolió, le habíamos cogido cariño, pero lo peor fue el cambio de actitud de Silvia a partir de ese día.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Promete, promete, a ver por dónde nos sales, besos
Tempodelecer