sábado, 8 de junio de 2013

Pepita Jiménez

Mientras que otros autores se estrujaban los sesos pensando un nombre sofisticado para sus protagonistas, la Margarita Gautier de Alejandro Dumas (hijo), la Emma Bovary de Gustave Flaubert, o la tierna Cosette de Victor Hugo, poco después del nacimiento de estas inmortales damas, Juan Valera creo a su Pepita Jiménez. Tan adorable como la que más y tan bien descrita por su amado que es casi imposible no cogerle cierto cariño: Una muchacha sencilla, viviendo en un pueblo sencillo, con un nombre sencillo, pero que bien vale las pocas horas que requiere leer su historia. El jueves hice un examen en el cual tenía que comentar esta obra y emplazarla en la época y tendencia adecuada. No sé como valorará el equipo docente mi trabajo, pero salí tan contenta, me dejaron tan maravillada los fragmentos citados en el manual de la asignatura, que estaba decidida a leer el libro entero y puedo afirmar que fue una buena decisión. "Ansío confurdirme en una de sus miradas; diluir y evaporar toda mi esencia en el rayo de luz que sale de sus ojos; quedarme muerto mirándola, aunque me condene".

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