IV
Recuerdo haber llorado el día en que murió mi madre, también en aquella sala de espera, cuando temí perder a mi mujer y a mi hija incluso antes de conocerla, pero no supe lo que eran lágrimas de satisfacción hasta que la vi licenciarse. No había estudiado la carrera que yo esperaba, aquel deporte que yo quería que fuese su vida no pasaba de ser un mero hobbie, pero me sentía feliz y orgulloso de ser su padre.
No sé muy bien en qué ocupó su tiempo durante los meses que tardó en encontrar trabajo. Iba y venía sin dar explicaciones, tampoco se las pedíamos. No demandaba más dinero del habitual, sólo trasnochaba los fines de semana, no daba señales de embriaguez ni cosas similares, pero la comunicación entre nosotros era prácticamente nula y eso nos preocupaba, sobretodo a Pilar. Su diálogo conmigo había ido decreciendo paulatinamente con el paso de los años. Con su madre, en cambio, siempre le gustó hablar largo y tendido. Se encerraban en la sala de lectura para charlar de sus cosas. Yo incluso las envidiaba, aunque luego mi mujer me transmitía parte de esas conversaciones.
Si le preguntaba cómo estaba, la única respuesta que esperaba era un simple bien. Si me interesaba por la existencia de alguna oferta laboral, no se extendía mucho más. Se encerraba en su habitación, ponía música o la tele y apenas salía para comer. Sólo una persona parecía tener la misma relación con ella dentro de la casa. Su amiga Lucía. Venía algunos días con Leo y entonces, desaparecía tras la misma puerta que lo había hecho Silvia.
2 comentarios:
Me alegra volver a leerte con una historia. Tengo ganas de saber más, de conocer lo que tu mente ha creado para nosotros.
D,
PD: Algunos nunca dejamos de leerte...
dsdmona, si supieras el subidón que supone que alguien te diga que no deja de leerte nunca....
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